1.964 es el año. La Carta de Venecia se pone en marcha gracias al impulso del International Council On Monuments and Sites (ICOMOS) que, tras el paisaje desolado de muchas ciudades mundiales, vio la necesidad de implantar unos principios básicos que se promulgaron durante el II Congreso Internacional de Arquitectos y Técnicos de Monumentos Históricos.

 

Algunos de sus artículos son verdaderamente esenciales en la profesión, puesto que establecieron un antes y un después en el tratamiento por parte de arquitectos, paisajistas y constructores a la hora de afrontar una restauración o una conservación de un monumento.

 

El monumento debería tener una función pública, sin alterar la ordenación o decoración de los edificios. Cada monumento es inseparable de su espacio y tiempo.

 

También, define lo que supone restaurar: una operación que debe tener carácter excepcional y tiene como fin conservar y revelar los valores estéticos e históricos del monumento y se fundamenta en el respeto a la esencia antigua y a los documentos auténticos. Siempre precedida y acompañada de un estudio arqueológico e histórico del monumento.

 

Pero, ¿qué ocurre con monumentos que no pertenecen solo a una época, sino a varias? Las distintas aportaciones históricas del monumento deben ser respetadas. Cuando un edificio presenta varios estilos superpuestos, eliminar una época subyacente solamente se justifica, siempre y cuando, este no tenga mayor interés.

 

Si vamos a lo concreto, los elementos destinados a reemplazar las partes inexistentes deberían integrarse armoniosamente en el conjunto, distinguiéndose de originales para que no se falsifique el documento artístico o histórico. Los añadidos no deberían ser tolerados, en tanto que no respeten todas las partes interesantes del edificio, su trazado tradicional, el equilibrio competitivo y sus relaciones con el medio ambiente.

 

Con todos estos preceptos, nos damos cuenta lamentablemente, que no siempre se respetan las condiciones ni se genera ese equilibrio que buscan esta carta y otras, cambiándose trazados tradicionales por nuevos que pueden aportar menos a nivel experiencial. La sabiduría popular y la arquitectura vernácula, puede que no fueran exactas, pero sí conocían al máximo las necesidades de su entorno.